jueves, 9 de julio de 2015

Aprender a escuchar



Dicen los doctores que trabajan con sordos, que todos podemos oír, que incluso los sordos pueden oír en algún grado (aunque sea muy mínimo). No me consta, lo que sí sé es que hoy día casi nadie sabe escuchar.

       En la nueva sociedad en que nos ha tocado vivir, es muy difícil encontrar a alguien que sepa escuchar firmemente a la persona con quien se encuentra. Podemos poner muchas excusas, “es que estoy ocupado”, “es que me están hablando” o incluso “tú sigue, sí te oigo”; pero la realidad es que se ha perdido grandemente el respeto que se merece la persona que habla.

        Los cristianos no solemos (o no deberíamos) hacer cosas nomás porque sí, es importante que sepamos si lo que hacemos va de acuerdo con la palabra de Dios. Por tanto podríamos preguntarnos ¿De verdad es importante escuchar a otros? ¿No será algo irrelevante? ¿De verdad le interesa a Dios que escuchemos a los demás, o le da lo mismo?

       La respuesta se encuentra siempre tan clara como el agua; “Sí”, a Dios le importa tanto el que escuchemos, que Cristo nos puso también el ejemplo.

       Cada vez que alguien se encontraba con Jesús, era recibido con los oídos atentos y no con la boca atacante. Cristo escuchó con paciencia a todo aquel que se le acercaba a contarle sus penas, cualquiera que le contara sus dolores, sus discapacidades o sus desgracias era escuchado. Escuchó al muchacho rico que se le acercó a preguntarle qué le hacía falta para llegar al reino de Dios; escuchó a la mujer samaritana con la que ningún judío quería hablar; escuchó al paralítico del estanque de Betesda que no tenía quién lo llevara; Jesús escuchó incluso las cosas que nadie quería escuchar, a los cobradores de impuestos, las prostitutas y hasta a los niños.

       Todo lo que la gente no quería ni oír, Jesús lo escuchó. El problema es que hoy día, tenemos como sociedad un cáncer llamado tecnología, el cual se hace presente mayormente por medio de los celulares y tabletas.

       Es cada vez más común salir a la plaza, al mercado, por comida o a donde sea y ver familias enteras que no se voltean a ver entre sus integrantes por estar atrapados en la tecnología. A tal grado ha llegado la dependencia por la tecnología que incluso manejando puede uno ver a otros conductores usando el celular al mismo tiempo.

       Lamentablemente, el hablar no se ha escapado de este problema, y a diario podemos ver gente que cree estar escuchando a otra persona, pero está conectada en el celular, o revisando cosas allí.

       Pero la tecnología no es la única culpable del problema auditivo que presentamos. Cosas más simples como el creer que tenemos cosas más importantes que hacer nos roban el tiempo y nos llevan a cortar la plática de la otra persona.

       Creo firmemente que todos los problemas que nos alejan del placer de escuchar tienen su origen en el simple desinterés. Por más ocupado que estés, si lo que te dicen es de nuestro interés, siempre podemos hacer un espacio para escuchar; pero al no serlo, ponemos diversas excusas para no hacerlo.

       Es irónico que por otro lado, es cada vez más obvio el deseo innato que todos tenemos de querer ser escuchados. Los niños (y muchos adultos también) hacen cada vez más tonterías con el fin de llamar la atención. Los movimientos sociales, fanatismos y hasta las manifestaciones, son la consecuencia de no haber sido escuchados en su momento. Los “facebook”s están llenos de cosas ridículas y sin sentido que la gente comparte como “voy al baño, ahorita vuelvo”, como reflejo de su deseo de ser escuchados. 
       Por todo esto es que Dios nos puso el ejemplo de escuchar ¿Cómo hacer? La próxima vez que alguien quiera hablar con usted, préstele atención, interrumpa lo que esté haciendo para atender a la persona; olvídese del celular unos momentos; mire a la persona y no se quede viendo a otros lados; tome en cuenta que la posición corporal dice mucho, colóquese en una posición que indique que está escuchando. Haga también, preguntas y comentarios que orienten la conversación y le hagan saber al otro que lo está escuchando. 

       Sobre todo, no ignore a la persona sólo “porque ya sé lo que va a decir”. Cristo conocía el corazón de cada persona con que habló, y sabía de antemano lo que diría, pero eso no evitó que los escuchara firmemente. En ocasiones la gente sólo necesita eso, ser escuchados.  


Por Fernando Castro

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