jueves, 9 de julio de 2015

La verdad y la mentira

Siempre le decimos a la gente que sea sincera, regañamos a los niños por mentir y alzamos la verdad como un ideal que todos debemos buscar; sin embargo ¿Realmente nos interesa la verdad o preferimos la mentira?

       Es obvio que en la sociedad actual, la mentira está cada vez más y más arraigada en nosotros. Es el pecado menos atacado e incluso, muchas veces, hasta permitido. Es probablemente que nos hemos acostumbrado tanto a mentir que nos parece correcto hacerlo en ciertas situaciones.

       Todo pecador siempre tiene la tendencia a justificar su pecado, de esta forma, hasta la mentira la hemos pintado de colores para justificar como “mentiras blancas” aquellas que tienen una finalidad bondadosa y que por lo tanto deberían ser permitidas.

       Puestos de trabajo como los políticos y periodistas saben que su trabajo depende en cierta medida de la mentira y que es inevitable para triunfar en su profesión.

       Del otro lado, los no políticos y los no periodistas, criticamos duramente a estas personas al ser descubiertos algunos engaños y salir a la luz pública. Los tachamos, juzgamos y criticamos; luego nos damos la vuelta y seguimos mintiendo entre nosotros como si nada.

       Centrémonos un poco más en el ámbito cristiano. Uno como hijo de Dios se supone que está exento de este pecado, pero en realidad es tan común que en ocasiones lo utilizamos para justificar pequeños errores que cometemos y los cubrimos con una “mentirijilla” (termino en diminutivo para sentir que no es algo tan grave).

       Empecemos por dejar algo en claro. En términos bíblicos, no hay medias tintas, las cosas son frías o calientes; el que no siembra, desparrama. Entonces, mentir y “no decir la verdad” son lo mismo. Ya que muchas veces también queremos cubrir la mentira justificándonos con un “yo no mentí, sólo no dije nada”. Así que bíblicamente, o dices la verdad o mientes.

       Pero ¿Por qué será tan difícil decir siempre la verdad para un cristiano? ¿No vive acaso Cristo en nosotros? La mentira es tan común que se suele considerar como el único pecado que todos los cristianos cometemos.

       Una de las principales razones por las que mentimos es para seguir siendo aceptados, teniendo miedo de que si la verdad saliera a la luz perderíamos el cariño o aceptación de alguien. Como el papá que no fue a la fiesta de su hijo y pone pretextos para justificarse con el niño.

       Otra (y probablemente la más antigua) es para no ser castigados. Como el niño que no lleva la tarea a la escuela e inventa una excusa para que no lo regañen. Digo que seguramente es la más antigua porque eso parece motivar a Adán y Eva en el Edén a desligarse de sus responsabilidades, pasándolas a Eva y a la serpiente respectivamente.

       Un motivo más que nos lleva a mentir, es pensar que le hacemos un favor a alguien ocultándole la verdad, creemos que la verdad le hará daño o la lastimará y preferimos mentirle.

       Pero centrándonos más en el primer motivo (la aceptación) parece influir mucho en los cristianos este punto. Es decir, hay un versículo muy importante en la biblia que es Juan 8: 32 que dice “y la verdad os hará libres” ¿Cómo nos hará libres decir la verdad? Puedo asegurar que todos cometemos pecados tan feos (ante nuestra forma humana de ver las cosas) que no quisiéramos que nadie en el mundo lo supiera. Pecados que llamamos “nuestros secretos”, y algunos hasta “mi pasado, el que Cristo ya borró”.

       Ahí sí nos sale lo bíblicos, para borrar el pasado. Pero dice la palabra de Dios que para que seamos perdonados necesitamos confesar nuestros pecados (Prov. 28: 13 y Sant. 5: 16). El Salmo 32 habla sobre la dicha y el gozo de ser perdonado por Dios, pero si uno presta atención hay ciertos versículos interesantes. El versículo 3 dice que mientras calló y encubrió su pecado, sus huesos se secaban; pero el versículo 5 menciona que decidió confesar su pecado y entonces cuando Dios le perdonó.

       Definitivamente todos merecemos la oportunidad de ser perdonados por nuestros hermanos sin importar lo grande que sea una falta. Si Cristo nos perdonó, quiénes somos nosotros para no perdonar. Pero para que el perdón venga, necesitamos confesar,  y es allí donde nos falla; muchas veces preferimos callar o encubrir con mentiras el pecado.

       La mentira es un pecado tan común que lo utilizamos para tratar de remediar otros pecados. En ocasiones mentimos y al ver en peligro la credibilidad de la mentira, volvemos a mentir para tapar el hueco; sin darnos cuenta que tantas mentiras no solucionan, sino agravan la situación.

         Recuerda mejor el caso deDavid al caer en pecado con Betsabé, mientras cubrió su pecado, sólo empeoró la situación, trató de engañar a un inocente y lo terminó por matar con engaños y trapas. Dios mismo lo buscó por medio del profeta Natán y no fue hasta que confesó su pecado, que finalmente pudo sentir de vuelta el gozo de Dios (Salmo 51). Fue al confesar su pecado, al romper con la mentira, al tomar la valiente decisión de decir la verdad, que se hizo libre otra vez. La verdad lo hizo libre.

      Jesús dijo ser el camino, la verdad y la vida. Si Él es el camino para llegar a Dios, y al mismo tiempo es “la verdad”, significa que “la verdad” es también el camino para llegar a Dios. Busca la verdad y estás dando un gran paso más cerca de Dios.

Por Fernando Castro

Aprender a escuchar



Dicen los doctores que trabajan con sordos, que todos podemos oír, que incluso los sordos pueden oír en algún grado (aunque sea muy mínimo). No me consta, lo que sí sé es que hoy día casi nadie sabe escuchar.

       En la nueva sociedad en que nos ha tocado vivir, es muy difícil encontrar a alguien que sepa escuchar firmemente a la persona con quien se encuentra. Podemos poner muchas excusas, “es que estoy ocupado”, “es que me están hablando” o incluso “tú sigue, sí te oigo”; pero la realidad es que se ha perdido grandemente el respeto que se merece la persona que habla.

        Los cristianos no solemos (o no deberíamos) hacer cosas nomás porque sí, es importante que sepamos si lo que hacemos va de acuerdo con la palabra de Dios. Por tanto podríamos preguntarnos ¿De verdad es importante escuchar a otros? ¿No será algo irrelevante? ¿De verdad le interesa a Dios que escuchemos a los demás, o le da lo mismo?

       La respuesta se encuentra siempre tan clara como el agua; “Sí”, a Dios le importa tanto el que escuchemos, que Cristo nos puso también el ejemplo.

       Cada vez que alguien se encontraba con Jesús, era recibido con los oídos atentos y no con la boca atacante. Cristo escuchó con paciencia a todo aquel que se le acercaba a contarle sus penas, cualquiera que le contara sus dolores, sus discapacidades o sus desgracias era escuchado. Escuchó al muchacho rico que se le acercó a preguntarle qué le hacía falta para llegar al reino de Dios; escuchó a la mujer samaritana con la que ningún judío quería hablar; escuchó al paralítico del estanque de Betesda que no tenía quién lo llevara; Jesús escuchó incluso las cosas que nadie quería escuchar, a los cobradores de impuestos, las prostitutas y hasta a los niños.

       Todo lo que la gente no quería ni oír, Jesús lo escuchó. El problema es que hoy día, tenemos como sociedad un cáncer llamado tecnología, el cual se hace presente mayormente por medio de los celulares y tabletas.

       Es cada vez más común salir a la plaza, al mercado, por comida o a donde sea y ver familias enteras que no se voltean a ver entre sus integrantes por estar atrapados en la tecnología. A tal grado ha llegado la dependencia por la tecnología que incluso manejando puede uno ver a otros conductores usando el celular al mismo tiempo.

       Lamentablemente, el hablar no se ha escapado de este problema, y a diario podemos ver gente que cree estar escuchando a otra persona, pero está conectada en el celular, o revisando cosas allí.

       Pero la tecnología no es la única culpable del problema auditivo que presentamos. Cosas más simples como el creer que tenemos cosas más importantes que hacer nos roban el tiempo y nos llevan a cortar la plática de la otra persona.

       Creo firmemente que todos los problemas que nos alejan del placer de escuchar tienen su origen en el simple desinterés. Por más ocupado que estés, si lo que te dicen es de nuestro interés, siempre podemos hacer un espacio para escuchar; pero al no serlo, ponemos diversas excusas para no hacerlo.

       Es irónico que por otro lado, es cada vez más obvio el deseo innato que todos tenemos de querer ser escuchados. Los niños (y muchos adultos también) hacen cada vez más tonterías con el fin de llamar la atención. Los movimientos sociales, fanatismos y hasta las manifestaciones, son la consecuencia de no haber sido escuchados en su momento. Los “facebook”s están llenos de cosas ridículas y sin sentido que la gente comparte como “voy al baño, ahorita vuelvo”, como reflejo de su deseo de ser escuchados. 
       Por todo esto es que Dios nos puso el ejemplo de escuchar ¿Cómo hacer? La próxima vez que alguien quiera hablar con usted, préstele atención, interrumpa lo que esté haciendo para atender a la persona; olvídese del celular unos momentos; mire a la persona y no se quede viendo a otros lados; tome en cuenta que la posición corporal dice mucho, colóquese en una posición que indique que está escuchando. Haga también, preguntas y comentarios que orienten la conversación y le hagan saber al otro que lo está escuchando. 

       Sobre todo, no ignore a la persona sólo “porque ya sé lo que va a decir”. Cristo conocía el corazón de cada persona con que habló, y sabía de antemano lo que diría, pero eso no evitó que los escuchara firmemente. En ocasiones la gente sólo necesita eso, ser escuchados.  


Por Fernando Castro