martes, 5 de julio de 2016

La maldad

Ahora me gustaría tratar un tema muy importante contigo, un tema que es polémico “por debajo del agua”; un tema del que no nos gusta hablar mucho, pero está siempre presente allí: la maldad.

       Si es cierto, en el ámbito cristiano se habla mucho de la maldad, siempre decimos que todos somos pecadores, que somos la luz del mundo, que Cristo nos redime; pero hay un aspecto que no manejamos de este tema ¿Qué es la maldad? ¿Qué tan presente está en nosotros? ¿Cómo la manejamos?
       La definición de maldad es “obrar deliberadamente de una forma que maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes o hacer uso de la propia autoridad y el poder sistemático para alentar o permitir que otros obren así en nuestro nombre”1.
       Lo primero que hay que notar es la notoria diferencia que tenemos los hijos de Dios de ver la maldad. Mucho se nos critica y acusa de retrógradas y anticuados al sugerir que la maldad viene del pecado original en el Edén y que gracias a eso, ahora estamos todos en pecado.
       Es importante remarcar que al mencionar el pecado original no estamos contando un viejo cuento de abuelitos, ni una antigua creencia religiosa, ni siquiera estamos hablando de una corriente filosófica opacada por otras más nuevas; estamos hablando de la mismísima palabra de Dios. Su plan no era ese, sin embargo ocurrió y todo tuvo que cambiar, si no fuera por dicho pecado, hoy no escribiría este artículo (ni siquiera existiría esta revista ni el mundo como lo conocemos).
        El pecado, hoy en día se puede ver en los niños, y cada vez desde más chicos ¿Es esto porque el pecado gana más terreno? No directamente. En realidad los niños son cada vez más malvados porque así los educamos nosotros.
       Decimos que odiamos la maldad, pero en realidad nos rodeamos de ella y disfrutamos verla todos los días. Los programas de televisión, libros, caricaturas, novelas gráficas y comics se han vuelto los puntos perfectos para exhibir violencia y maldad a diestra y siniestra. Los que más venden son los más violentos.
       Nuestra educación se ha basado por siglos en la maldad, en golpes y gritos, en mandatos y órdenes. Usamos a los niños a nuestro antojo y les pedimos favores que no le pediríamos a un adulto (“pásame esto” “mueve aquello” “de una vez haz eso”). El abuso y la violencia están en todas partes, se nos regresa como el escupitajo lanzado al cielo, y al final nos quejamos del resultado.
       Hace unas semanas le pedí a mis alumnos de secundaria (alumnos de 1er, 2do y 3er grado) que escribieran un cuento, como parte de las actividades permanentes de texto libre. Les dejé en claro que podía ser del tema que ellos quisieran, que ellos mismos eligieran de qué trataría la historia. Más de 100 alumnos escribieron historias donde mataban y/o torturaban personas. Muchas, muy parecidas a las películas “Saw”. 
       Es verdad, que el niño lo escriba no siempre significa que el niño lo hará, pero no necesitamos que lleguen a hacer cosas tan exageradas como esas para preocuparnos. Esos niños pueden llegar a ser padres o esposos golpeadores, madres enojonas y hasta drogadictas, adolescentes vándalos y destructivos. Es eso lo que abunda en su corazón (Lucas 6: 44-46).

Malo, malito y malote.
       Ahora, muchos de nosotros (aun inconscientemente) nos auto defendemos pensando en que nosotros sólo somos “malos” o hasta “malitos”, pero no somos unos “malotes” que anden haciendo maldades por todos lados. Incluso, “siempre disfruto en hacer el bien a los demás”.
       Pero hay ciertos momentos críticos en los que están en juego nuestra maldad y bondad y suele ganar la primera. El muy citado y conocido experimento de Albert Bandura lo demuestra. Este hombre hizo un experimento en la Universidad de Standford, donde a los hombres de prueba les hizo creer que ayudarían en un experimento diferente. Les dio una máquina para descargas eléctricas y les dijo que pusieran atención a los sujetos de la siguiente habitación. Cada vez que el sujeto se equivocara en sus actividades, ellos debían dar descargas eléctricas a éste, con el fin de cambiar su conducta.
        Después se aseguró de que las personas se enterara (así como no queriendo) de que algunos de los sujetos eran malvados y otros eran “buena gente”. El resultado fue, que los hombres que daban las descargas eléctricas, aumentaban cada vez más la intensidad con los sujetos que consideraban “malvados”, mientras que se mostraban indulgentes y bondadosos con los que creían que eran “buena gente”.
        ¿No se supone que nosotros no somos jueces? ¿Qué eso se lo deberíamos dejar a Dios? ¿Quiénes somos nosotros para aumentar o disminuir el castigo de alguien, cuando incluso Dios mismo enviará “buena gente” al infierno?
       Claro, Bandura no aclaró si los individuos tenían alguna creencia espiritual o religiosa; nosotros la tenemos y seguramente no haríamos eso ¿Estás seguro? La realidad cotidiana demuestra (y tu conciencia lo confirmará o negará) que todos los días nos quejamos de alguien, hablamos mal de él, e incluso le deseamos cosas malas. De quien sea, de la persona que se te atravesó al manejar, del que se robó tu bicicleta, del que te ofendió sin razón aparente, etc. ¿Estás completamente seguro, de que si tuvieras la máquina eléctrica no la usarías sobre esa persona? O peor aún ¿Estás seguro de que no subirías la intensidad?

Nuestra zona de confort
       La verdad es que nos sentimos “buena gente” y libres de la “verdadera maldad” mientras estamos en nuestra zona de confort. Pero somos incapaces de saber qué haríamos en un determinado momento en el que todas las circunstancias cambiaran completamente.
       Un buen ejemplo son las universidades. En México están las novatadas y en Estados Unidos los ingresos a las fraternidades. Hablando específicamente de estas últimas. Cuando un alumno nuevo quiere ingresar, lo hacen pasar por una docena de pruebas donde es humillado y sobajado constantemente; trato que acepta con tal de ser admitido. Pero aún más allá de eso, en muchas pruebas él es quien tiene que humillar y sobajar a otros; cosa que también hace con tal de ser admitido.
       El alumno no tiene ninguna necesidad real de recurrir a la maldad, pero lo hace y son saña, con tal de sentirse parte de la fraternidad deseada. Entre más reconocida la fraternidad, más es el deseo de ser aceptado.
       Incluso, nosotros somos capaces muchas veces de meternos en el carril de a un lado, o pasarnos el alto, con tal de no llegar tarde a nuestro destino, sin importarnos en lo más mínimo el daño que pudiéramos hacerle a alguien (daño que en muchas ocasiones llega hasta la muerte).
"¡Nunca!" En este anuncio,
los rusos son expuestos como
lobos sedientos de sangre.

El odio colectivo
       En el mismo texto en que define la maldad, Zimbardo menciona el ejemplo de las guerras. Un momento más en el que podemos ver como la maldad se apodera de “gente buena”, es cuando un país está en guerra. En esos momentos uno puede observar dos cosas. La primera, que el gobierno automáticamente se encarga de hacer ver al enemigo como lo peor de lo peor, como una basura, como unos demonios merecedores de ser aniquilados. Y segundo, que el pueblo entero (o casi entero) recibe con brazos abiertos estas ideas y se enajena en un odio colectivo contra el enemigo.
       Puedo poner fácilmente tres ejemplos muy ubicables.
"Combate con nosotros"
Propaganda nazi que muestra
a Gran Bretaña como
un monstruo marino. 
       -Las cruzadas: En otoño del año 1095, el Papa Urbano II cautivó al pueblo franco para participar en las cruzadas y matar a miles de moros con las siguientes palabras: “De Jerusalén a Constantinopla llegan tristes noticias (…). Una raza maldita, salida del reino de los persas, un pueblo bárbaro alejado de Dios ha invadido las tierras cristianas (…). ¿A quién corresponde la victoria sino a aquellos que han conquistado la gloria por medio de las armas? Vosotros podéis humillar a los infieles. Marchad a la defensa de Cristo (…). Guerrear y Dios os guiará. (…) Y éste ha de ser vuestro grito de guerra. Cuando marchéis contra el enemigo decid: Dios lo quiere”.
       -El segundo caso no merece mucho detenimiento, ya que es Hitler. Un caso típico en que un hombre con sólida ideología convenció a la mayoría (más no a todos) de un pueblo a que ciertas razas merecían la tortura y la muerte.
       -Por último tenemos al pueblo Estadounidense moderno, quien ha matado a miles de personas en sus interminables guerras durante el siglo XX y principios del XXI. Algunos presidentes como Bush hijo, han logrado convencer, mejor que otros, a la nación de que es lo mejor, que es necesario, que es indispensable continuar con la guerra.
       El segundo caso es muy particular, pero en el primero y en el tercero, tenemos ejemplos de pueblos que, creyendo firmemente en Dios y sus mandamientos, están convencidos de que la guerra, y toda la maldad que conlleva, son lo mejor. Logran hacer que abandonen sus ideales y se opongan completamente a todo el amor que Cristo enseñó.

Conclusión
       No es mi intensión deprimirte y hacerte sentir que eres una mala persona, que eres peor de lo que pensabas y que te irás al infierno. Claro que no. Mi intensión con este artículo es hacerte reflexionar de que la maldad no está tan lejos como creemos; de que es más fácil hacernos caer de lo que parece, y que no basta saber que todos somos pecadores.
       Es mi intensión que realmente hagamos conciencia de la fuerte necesidad que tenemos de Jesús, de su amor, de su paz. Él es el único con el poder de destruir la maldad, y el único camino a la vida eterna. No te hagas fanático religioso, eso te llevará a odiar a las otras religiones. Mejor sé un fanático de Jesús y su amor, y eso te llevará a amar a tu enemigo.      



1Ya que no hay una definición bíblica de maldad, hemos tomado la de Philip Zimbardo, catedrático e investigador de este tema por décadas. Traducción hecha por editorial Paidos. 

Por Fernando Castro

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