miércoles, 27 de julio de 2016

Medicina, nutrición y enfermedades en los tiempos de Cristo

Las 3 primeras palabras del título de este artículo guardan una gran relación entre ellas, que viene a ser más notoria en el Antiguo Testamento.

      Hay variedad de enfermedades que se pueden prevenir con la nutrición, o bien remedios caseros efectivos para curar ciertos males.
       La Biblia es un libro con una muy amplia variedad de temas, la salud equivale a vida, así que no es de sorprendernos que la Biblia haga referencia a este tópico, o haga mención de ciertas enfermedades como casos en los que Dios actuaba y se glorificaba en ellos, así como también indicaciones de cuidar nuestra alimentación y salud física, obviamente no por encima de nuestra salud espiritual (1 Timoteo 4:8).
Podemos ver ejemplos en los que se hablan de enfermedades y remedios como estos:
·         
      En Jeremías 8:22:
“¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico? ¿Por qué, pues, no hubo sanidad para la hija de mi pueblo?”
En Génesis 37:25 se menciona que uno de los productos muy valiosos que transportaban en camello era este bálsamo, era un producto muy apreciado en el antiguo Oriente Medio y se consideraba un lujo. Este se extraía de los árboles, era una resina aromática y aceitosa, y sus propiedades curativas eran muy conocidas.

       Volvamos a Jeremías, que pregunta con tristeza si acaso había bálsamo en Galaad, en sentido figurado, pues el pueblo de Israel se encontraba lejos de Dios y no se arrepentían de su pecado, y el profeta se estaba refiriendo a que de esta manera no recibirían el “bálsamo” espiritual de Dios.
Podemos ver que si existían remedios muy valiosos, pero en este sentido Jeremías hablaba de la necesidad de ese bálsamo de Dios para la salud espiritual del pueblo.
·        
      En el libro de Isaías en el capítulo 38 habla cuando Ezequías enfermo de muerte:

Isaías 38:1 “Y había dicho Isaías: —Tomen una masa de higos y pónganla en la llaga, y sanará.”
Ezequías oró y clamó a Dios para que lo sanara, y Dios contestó su oración por medio del profeta Isaías, quien fue directamente con Ezequías diciéndole lo que Dios le había mandado decir, que era que Dios iba a añadir a sus días 15 años y además que libraría a la ciudad de manos del rey de Asiria (Isaías 38:4-6). Después de esto, Isaías pidió que tomaran una masa de higos y la pusieran en la llaga de Ezequías, y sanó.
·         Isaías 1:6

Isaías también habla de "heridas, golpes, llagas vivas" que debían ser "curadas, vendadas o mitigadas con aceite" (Isaías 1: 6).

"Desde la planta del pie hasta la cabeza
no hay en él cosa sana, sino herida,
hinchazón y podrida llaga;
no están curadas ni vendadas
ni suavizadas con aceite".

       En aquellos tiempos, los israelís no eran atendidos por médicos profesionales, y desconfiaban de médicos de otras naciones. En el antiguo Testamento los médicos no eran bien vistos porque los hebreos pensaban que era mejor confiar en Dios para que sus enfermedades pudieran ser sanadas.
En este sentido, podemos mencionar el caso del rey Asa de Judá cuando enfermó de gota en los pies, y dice la Biblia (2 Crónicas 16:12) que en su enfermedad no buscó a Dios, sino a los médicos, esto fue condenación para su vida, y murió.

      En el nuevo testamento (Marcos 5:25) vemos la situación de la mujer que tenía flujo de sangre desde hacía 12 años, había gastado todo en médicos y ninguno le daba una solución. En esos tiempos esos casos eran más comunes por los limitados conocimientos que había.

    En los principios del cristianismo, los médicos estaban asociados con el dios de la medicina y curación de la mitología griega, Esculapio, su símbolo era el caduceo (serpientes enlazadas alrededor de un báculo), y este es aun el símbolo de la profesión médica.
     En la Biblia se hace mención de varias enfermedades como la lepra, las hemorroides, la hidropesía (edema, retención de líquido), y las enfermedades estomacales (Deuteronomio 24:8, 28:27, Lucas 14:2, 1 Timoteo 5:23).

     Al leer la Biblia, nos damos cuenta que en esta no encontramos motivo de “alabar” por así decirlo, a los médicos, o motivos para pensar que la medicina es el único medio para obtener salud, pero tampoco se subestima su profesión. En Colosenses 4: 14 se llama a Lucas el medico “amado” pero esto más en un término espiritual que médico. Lucas usaba terminologías y descripciones médicas que sugieren que practicaba medicina moderna.

En Lucas 5:31 Jesús nos dice ”los que están sanos no necesitan médico, pero los que se hallan mal sí”, haciéndonos ver que era aceptable y coherente buscar a un médico para tratar enfermedades. Tampoco hay una base bíblica que nos haga referencia a condenar el uso de antibióticos, antisépticos o analgésicos, pues como vimos al principio de este artículo en el libro de Jeremías se nos habla de un bálsamo que pudiera tener estas características.

     De hecho,  muchas medidas de prevención de enfermedades son mencionadas en la Biblia, muchas de las cuales son usadas hoy día, vemos una vez más que la Biblia se ha anticipado en tantos aspectos así como en la medicina, salud y prevención de infecciones y enfermedades.

       Los principios para conservar la salud que menciona la Biblia siguen siendo igual de prácticos hoy, pues el objetivo principal de las leyes que Dios dio a Moisés, era prevenir enfermedades, y del mismo modo las medidas preventivas hoy han resultado más útiles que sólo centrarse en el tratamiento de la enfermedad. Por eso hoy vemos mucho este slogan: “Es mejor prevenir que curar” o “Más vale prevenir”.
       Cuando vemos estas leyes que Dios dio a Moisés se puede apreciar que la prioridad en ellas es la prevención para el cuidado de la salud. Mencionaremos algunas:
-Deuteronomio 23: 13 dice: “Y debes tener disponible una estaca junto con tus útiles, y tiene que suceder que cuando te agaches fuera, entonces tienes que cavar un hoyo con ella y volverte y cubrir tu excremento

       Para esos tiempos esta norma era una medida preventiva muy avanzada, para evitar enfermedades que se pueden transmitir por las moscas, como la shigelosis, tifoidea, disenterías, que aun en estos días son muy comunes sobre todo en lugares en los que no toman este tipo de medidas.

-En el capítulo 11 de Levítico se dice que las enfermedades se pueden transmitir por medio de insectos, roedores y agua contaminada. Este dato que puede parecer insignificante nos demuestra que la Biblia se adelanta a descubrimientos de científicos como Pasteur o Leeuwenhoek, que sucedieron milenios después.

-Acerca de las reglas y prohibiciones dietéticas se nos habla en Levítico 11: 13-20, entre esas prohibiciones se incluyen a predadores como las águilas, las águilas pescadoras, búhos, el cuervo y el buitre. Debido a que estos animales pertenecen al nivel superior de la cadena alimentaria, concentran gran cantidad de toxinas. En la ley de Moisés se permitía comer algunos animales vegetarianos que no pertenecían a una cadena alimentaria en la que se concentran toxinas.

-Las carnes que se prohibían eran porque contenían parásitos enquistados.

-En numerosos versículos del AT también se habla acerca del consumo de carne y sangre, Génesis 9: 4; Levítico 3: 17; 7: 26; 17: 10-16; 19: 26; Deuteronomio 12: 16; 15: 23. Esta prohibición también se menciona en el NT en el libro de Hechos 15: 20, 29 y 21: 25.

-Incluso las leyes morales en la Biblia son una manera de prevención contra las enfermedades de transmisión sexual (Éxodo 20: 14; Romanos 1: 26, 27; 1 Corintios 6: 9, 18; Gálatas 5: 19).

       Como podemos apreciar la Biblia nos da luz acerca de muchos aspectos biológicos, de las enfermedades más concurrentes, incluso datos muy adelantados para los tiempos en que se escribieron, pues la sabiduría de Dios va más allá de la sabiduría del hombre y el solamente es Creador de todo, y así como el da la salud, El también tiene derecho de quitarla, y por nuestra parte, nuestra responsabilidad es cuidarla.


Por Bárbara Garibay P.

Los adoradores



¿Qué es ser un adorador?
       Para ser un adorador tienes que cumplir con ciertas facetas tanto musical como en lo espiritual. No se puede ser un adorador sólo en lo espiritual y no saber de lo musical; o al revés, no se trata de sólo saber lo musical porque eso no significa que sepas adorar a Dios.
       ¿Por qué? Porque la adorar, como es un complemento de varias circunstancias y situaciones, implica hasta el estilo de vida que uno tiene. No sólo puede adorar tocando música, sino con el estilo de vida.
       Como la gente que no toca ¿Quiere decir que no puede adorar? Nada que ver. La adoración es un complemento de tu estilo de vida espiritual y de una preparación musical, si eres de los que tocan, porque un adorador como el que menciona la biblia es el que realmente con toda su mente y toda su alma está entregándose a Dios.

¿Cómo sabe uno si está llamado a ser un adorador?
       Todos están llamados a ser adoradores, porque no es sólo de la cuestión musical. Todos estamos hechos para la adoración, porque todos a final de cuentas, cuando estemos ante la presencia del Señor vamos a adorarle y alabarle.
       A lo mejor la cuestión es si estoy llamado a tocar un instrumento, eso sí es diferente, porque todos estamos llamados a adorar.

¿Cómo puede saber un adorador si está haciendo bien las cosas?
       Tiene que haber varias cosas. Una de ellas está haciendo las cosas bien se va viendo el fruto. Hay personas que se entregan al Señor, hay personas que cambia su vida por la adoración. Tienes que ver que haya un fruto para saber si ese es tu llamado y si lo desarrollas correctamente.
       También hay veces que la misma gente te va diciendo cosas como “Hermano, échele ganas, cuando toca nomás no”. Así que también hay que escuchar al pueblo y ser uno autocrítico sabiendo escuchar.
       Sin embargo cuando estás en las cosas del Señor, eso va fluyendo y tú mismo te das cuenta. Así te puede pasar como a Jonás, que aunque te quites, si Dios te tiene el llamado para eso, te va tocar.

¿Qué dificultades enfrenta un adorador?
       Son muchas. En unos puede ser la vanidad, también hay gente que por engranarse en lo musical, descuida lo espiritual. Aunque toque o cante muy bien, si no ora, no ayuna, no lee la biblia; si no tiene esa relación con Dios, espiritualmente se pierde.
       La influencias de las amistades musicales y lo que escuchen también tiene mucho que ver.  Hay unos que como les dicen “Hermano, qué bonito toca”, se equivocan espiritualmente; si realmente sabes que Dios te está usando, la respuesta es “Gracias al Señor…”, pero hay gente que se siente la única responsable.

¿Cómo debería ser la vida de un adorador?
       Tiene que estar consagrado. No puedes estar cantándole a Dios  luego las del mundo. No puedes tener un estilo de vida así. O eres o no eres, o sí o no, o frío o caliente. Desde ahí pierde también credibilidad el adorador.
        Debe uno llevar un estilo de vida que sea genuino. Por ejemplo, si tú ves un artista que firmó con Televisa, tú lo vas a ver sólo en Televisa y nunca en TVAzteca u otra empresa porque ya firmó con Televisa y tiene los derechos.
        Si tú realmente te entregaste al Señor y le dijiste que le ibas a adorar y cantar toda la vida, ya o puedes andar en otras cosas. A menos que digamos que ese es tu trabajo, que realmente te mantienes de ahí, y con ese salario mantienes a tu familia, entonces al César lo del César y a Dios lo de Dios.
       Porque la mayoría lo hace no porque sea su trabajo, sino sólo porque le llama la atención, no porque haya una necesidad.
       La consagración es una respuesta inmediata y con ella va la exclusividad. Si eres del Señor, nada más al Señor le vas a tocar, si tus dedos van a tocar, sólo para el Señor van a tocar.

       Obviamente, tampoco hay adorador si no ayuna, si no ora, si no se prepara, si no tiene una comunión y una experiencia con Dios también. Imagínate un “adorador” queriendo llevar un pueblo a la presencia de Dios cuando él mismo no puede entrar. 

martes, 5 de julio de 2016

El vino

Desde la antigüedad hasta hoy, el vino ha sido de las bebidas más populares. Hoy día gana aficionados, y sus ventas aumentan día con día.



Aunque la mayoría de las personas tiene el concepto de que el vino es una bebida lujosa y de alto costo, las ventas de este lejos de disminuir, aumentan; además, se hacen festivales, publicaciones y hasta programas radiofónicos o televisivos sobre este tema exclusivamente.
       Todo esto ha llevado a que muchas personas del ámbito cristiano se cuestionen sobre la naturaleza y permisibilidad de esta bebida ¿Está mal tomar vino? ¿Qué no Jesús tomaba vino? ¿El vino hace algún daño?
       Bueno, para responder a eso tendremos que hacer dos cosas: primero, qué dice la biblia del vino; y segundo, que es el vino en la actualidad.

La biblia y el vino
       Comencemos por decir que los tiempos bíblicos no se caracterizaron por la gran variedad de bebidas disponibles. Básicamente sólo se consumían tres bebidas distintas: agua, leche y vino.
       Por un lado, el agua es la bebida básica. Aunque todos la consumían diariamente, era vista más con dos propósitos, el de mantenerte activo (o realmente, hidratado) dándote fu erzas aún en los momentos de flaqueza; y el de usarla como herramienta, ya sea para cocinar o lavar.
       La leche, por su parte, era vista como la bebida de los niños. Ésta era casi exclusivamente de consumo infantil, y aunque sí era bebida ocasionalmente por los adultos, esto se hacía en momentos personales o al estar sólo.
       El vino era la bebida que se servía para la comida del día, era la bebida principal y con la que se daban el gusto. Las calidades del vino eran claramente variables dependiendo de una infinidad de factores que hasta el día de hoy siguen afectando (como las barricas, la tierra, el tipo de uva, etc.). Los vinos de inferior calidad eran usados en la comida común, mientras que en los banquetes y reuniones se sacaban los vinos especiales de alta calidad. La gente que acudía a estas fiestas esperaba beber vino de categoría y si no sentían que el vino ofrecido era de calidad se le reclamaba al anfitrión.
       Como se puede atestiguar en el pasaje de las Bodas de Caná, la costumbre era ofrecer el mejor vino al principio, de forma que la gente comenzara a “tomar ambiente” y una vez que, tanto la fiesta como los efectos naturales del vino afectan en los invitados, entonces sí sacar el vino menor, de manera que ya no se le prestara tanta atención a la calidad de este.
       A pesar de todo esto, no todos miraban con buenos ojos el vino, y mucha gente reclamaba el uso del vino por sus efectos secundarios en el consumidor. Algunos pasajes bíblicos aconsejan alejarse de los excesos. 

El vino actual
       En nuestros días, los vinos se producen en una casi innumerable cantidad de variantes, desde los tipos de uva, la región donde se produce, el tiempo de fermentación, la casa productora, el embotellado, e incluso hasta las condiciones de cuidado del producto terminado.
       El nivel de alcohol en un vino puede variar de 7 a 17%, dependiendo principalmente del tipo de uva. Además de esto, el tipo de glucosa generada por ésta también hace variar la concentración del alcohol, lo que quiere decir que dos vinos con el mismo nivel de alcohol podrían causar efectos distintos en el que lo beba, uno más fuerte que el otro.
       La gran cantidad de publicaciones médicas actuales y la abundante publicidad que se le hace a esta bebida ha hecho que todos conozcamos que el vino tiene propiedades benéficas para la salud, aunque cualquier doctor te sabrá decir que sólo bajo cierto nivel de consumo, y no tomándose en exceso.
       Entre los beneficios que el vino ofrece a la salud está el ayudar al sistema circulatorio, ayudando al corazón y disminuyendo el conocido “colesterol malo”. Pero entre los efectos negativos se encuentran daños al hígado y (en exceso) al mismo sistema circulatorio. Teniendo también algunos efectos menos vistos por ser susceptibles poblaciones menores, como gente con asma o problemas respiratorios.

Empecemos a concluir
       ¿Qué quiere decir todo esto? ¿Puedo o no puedo tomar vino? Si a ti no te interesa el vino en lo absoluto, puedes dejar la lectura aquí y tomar la información anterior como información útil. Si te llama la atención o incluso ya lo bebes, entonces hagamos una breve reflexión del consumo de esta bebida.
       Ya que Dios mismo menciona en repetidas ocasiones al vino como una bendición que Él nos da, sonaría raro verlo como algo negativo, pero eso sin considerar la alta diferencia entre le producción actual y la antigua de esta bebida.
        Desde la antigüedad, los egipcios, babilónicos y hasta los mismos judíos conocían efectos benéficos y dañinos de esta bebida ¿Cómo la consumían? Moderadamente. Si las antiguas civilizaciones, que producían un vino más puro que el actual, y en su mayoría con uvas más maduras que detienen la fermentación en un nivel menor de alcohol, lo consumían con cierto criterio, cuánto más nosotros.
        Aunque se menciona que Cristo (nuestro ejemplo a seguir) bebía vino, nunca se menciona que se embriagara o hiciera el ridículo por beberlo. Tampoco se menciona que los discípulos abusaran de esta bebida.
        Todos como hijos de Dios tenemos la libertad de beber lo que queramos (sodas, agua, jugos, leche, vino y hasta cerveza), pero cada quién debe saber cuidad su cuerpo de forma que honre a Dios con él. Tú debes conocer tus debilidades y fortalezas, no puedes beber una copita fingiendo que tienes fuerza de voluntad cuando sabes que no.
       Si vas tomar esta bebida, hazlo sin que otros te critiquen o te tachen de borracho; pero hazlo bajo el estricto conocimiento de que sólo en ciertos niveles es bueno, y que bajo ninguna circunstancia se justifica el abuso del vino.

        Por último sólo te puedo pedir un favor, si vas a beber vino, jamás uses como pretexto “Pues si hasta Jesús lo hacía”. Recuerda que Él sólo tenía 3 bebidas distintas para elegir, y casi siempre eligió las otras dos. 

Por Fernando Castro

La maldad

Ahora me gustaría tratar un tema muy importante contigo, un tema que es polémico “por debajo del agua”; un tema del que no nos gusta hablar mucho, pero está siempre presente allí: la maldad.

       Si es cierto, en el ámbito cristiano se habla mucho de la maldad, siempre decimos que todos somos pecadores, que somos la luz del mundo, que Cristo nos redime; pero hay un aspecto que no manejamos de este tema ¿Qué es la maldad? ¿Qué tan presente está en nosotros? ¿Cómo la manejamos?
       La definición de maldad es “obrar deliberadamente de una forma que maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes o hacer uso de la propia autoridad y el poder sistemático para alentar o permitir que otros obren así en nuestro nombre”1.
       Lo primero que hay que notar es la notoria diferencia que tenemos los hijos de Dios de ver la maldad. Mucho se nos critica y acusa de retrógradas y anticuados al sugerir que la maldad viene del pecado original en el Edén y que gracias a eso, ahora estamos todos en pecado.
       Es importante remarcar que al mencionar el pecado original no estamos contando un viejo cuento de abuelitos, ni una antigua creencia religiosa, ni siquiera estamos hablando de una corriente filosófica opacada por otras más nuevas; estamos hablando de la mismísima palabra de Dios. Su plan no era ese, sin embargo ocurrió y todo tuvo que cambiar, si no fuera por dicho pecado, hoy no escribiría este artículo (ni siquiera existiría esta revista ni el mundo como lo conocemos).
        El pecado, hoy en día se puede ver en los niños, y cada vez desde más chicos ¿Es esto porque el pecado gana más terreno? No directamente. En realidad los niños son cada vez más malvados porque así los educamos nosotros.
       Decimos que odiamos la maldad, pero en realidad nos rodeamos de ella y disfrutamos verla todos los días. Los programas de televisión, libros, caricaturas, novelas gráficas y comics se han vuelto los puntos perfectos para exhibir violencia y maldad a diestra y siniestra. Los que más venden son los más violentos.
       Nuestra educación se ha basado por siglos en la maldad, en golpes y gritos, en mandatos y órdenes. Usamos a los niños a nuestro antojo y les pedimos favores que no le pediríamos a un adulto (“pásame esto” “mueve aquello” “de una vez haz eso”). El abuso y la violencia están en todas partes, se nos regresa como el escupitajo lanzado al cielo, y al final nos quejamos del resultado.
       Hace unas semanas le pedí a mis alumnos de secundaria (alumnos de 1er, 2do y 3er grado) que escribieran un cuento, como parte de las actividades permanentes de texto libre. Les dejé en claro que podía ser del tema que ellos quisieran, que ellos mismos eligieran de qué trataría la historia. Más de 100 alumnos escribieron historias donde mataban y/o torturaban personas. Muchas, muy parecidas a las películas “Saw”. 
       Es verdad, que el niño lo escriba no siempre significa que el niño lo hará, pero no necesitamos que lleguen a hacer cosas tan exageradas como esas para preocuparnos. Esos niños pueden llegar a ser padres o esposos golpeadores, madres enojonas y hasta drogadictas, adolescentes vándalos y destructivos. Es eso lo que abunda en su corazón (Lucas 6: 44-46).

Malo, malito y malote.
       Ahora, muchos de nosotros (aun inconscientemente) nos auto defendemos pensando en que nosotros sólo somos “malos” o hasta “malitos”, pero no somos unos “malotes” que anden haciendo maldades por todos lados. Incluso, “siempre disfruto en hacer el bien a los demás”.
       Pero hay ciertos momentos críticos en los que están en juego nuestra maldad y bondad y suele ganar la primera. El muy citado y conocido experimento de Albert Bandura lo demuestra. Este hombre hizo un experimento en la Universidad de Standford, donde a los hombres de prueba les hizo creer que ayudarían en un experimento diferente. Les dio una máquina para descargas eléctricas y les dijo que pusieran atención a los sujetos de la siguiente habitación. Cada vez que el sujeto se equivocara en sus actividades, ellos debían dar descargas eléctricas a éste, con el fin de cambiar su conducta.
        Después se aseguró de que las personas se enterara (así como no queriendo) de que algunos de los sujetos eran malvados y otros eran “buena gente”. El resultado fue, que los hombres que daban las descargas eléctricas, aumentaban cada vez más la intensidad con los sujetos que consideraban “malvados”, mientras que se mostraban indulgentes y bondadosos con los que creían que eran “buena gente”.
        ¿No se supone que nosotros no somos jueces? ¿Qué eso se lo deberíamos dejar a Dios? ¿Quiénes somos nosotros para aumentar o disminuir el castigo de alguien, cuando incluso Dios mismo enviará “buena gente” al infierno?
       Claro, Bandura no aclaró si los individuos tenían alguna creencia espiritual o religiosa; nosotros la tenemos y seguramente no haríamos eso ¿Estás seguro? La realidad cotidiana demuestra (y tu conciencia lo confirmará o negará) que todos los días nos quejamos de alguien, hablamos mal de él, e incluso le deseamos cosas malas. De quien sea, de la persona que se te atravesó al manejar, del que se robó tu bicicleta, del que te ofendió sin razón aparente, etc. ¿Estás completamente seguro, de que si tuvieras la máquina eléctrica no la usarías sobre esa persona? O peor aún ¿Estás seguro de que no subirías la intensidad?

Nuestra zona de confort
       La verdad es que nos sentimos “buena gente” y libres de la “verdadera maldad” mientras estamos en nuestra zona de confort. Pero somos incapaces de saber qué haríamos en un determinado momento en el que todas las circunstancias cambiaran completamente.
       Un buen ejemplo son las universidades. En México están las novatadas y en Estados Unidos los ingresos a las fraternidades. Hablando específicamente de estas últimas. Cuando un alumno nuevo quiere ingresar, lo hacen pasar por una docena de pruebas donde es humillado y sobajado constantemente; trato que acepta con tal de ser admitido. Pero aún más allá de eso, en muchas pruebas él es quien tiene que humillar y sobajar a otros; cosa que también hace con tal de ser admitido.
       El alumno no tiene ninguna necesidad real de recurrir a la maldad, pero lo hace y son saña, con tal de sentirse parte de la fraternidad deseada. Entre más reconocida la fraternidad, más es el deseo de ser aceptado.
       Incluso, nosotros somos capaces muchas veces de meternos en el carril de a un lado, o pasarnos el alto, con tal de no llegar tarde a nuestro destino, sin importarnos en lo más mínimo el daño que pudiéramos hacerle a alguien (daño que en muchas ocasiones llega hasta la muerte).
"¡Nunca!" En este anuncio,
los rusos son expuestos como
lobos sedientos de sangre.

El odio colectivo
       En el mismo texto en que define la maldad, Zimbardo menciona el ejemplo de las guerras. Un momento más en el que podemos ver como la maldad se apodera de “gente buena”, es cuando un país está en guerra. En esos momentos uno puede observar dos cosas. La primera, que el gobierno automáticamente se encarga de hacer ver al enemigo como lo peor de lo peor, como una basura, como unos demonios merecedores de ser aniquilados. Y segundo, que el pueblo entero (o casi entero) recibe con brazos abiertos estas ideas y se enajena en un odio colectivo contra el enemigo.
       Puedo poner fácilmente tres ejemplos muy ubicables.
"Combate con nosotros"
Propaganda nazi que muestra
a Gran Bretaña como
un monstruo marino. 
       -Las cruzadas: En otoño del año 1095, el Papa Urbano II cautivó al pueblo franco para participar en las cruzadas y matar a miles de moros con las siguientes palabras: “De Jerusalén a Constantinopla llegan tristes noticias (…). Una raza maldita, salida del reino de los persas, un pueblo bárbaro alejado de Dios ha invadido las tierras cristianas (…). ¿A quién corresponde la victoria sino a aquellos que han conquistado la gloria por medio de las armas? Vosotros podéis humillar a los infieles. Marchad a la defensa de Cristo (…). Guerrear y Dios os guiará. (…) Y éste ha de ser vuestro grito de guerra. Cuando marchéis contra el enemigo decid: Dios lo quiere”.
       -El segundo caso no merece mucho detenimiento, ya que es Hitler. Un caso típico en que un hombre con sólida ideología convenció a la mayoría (más no a todos) de un pueblo a que ciertas razas merecían la tortura y la muerte.
       -Por último tenemos al pueblo Estadounidense moderno, quien ha matado a miles de personas en sus interminables guerras durante el siglo XX y principios del XXI. Algunos presidentes como Bush hijo, han logrado convencer, mejor que otros, a la nación de que es lo mejor, que es necesario, que es indispensable continuar con la guerra.
       El segundo caso es muy particular, pero en el primero y en el tercero, tenemos ejemplos de pueblos que, creyendo firmemente en Dios y sus mandamientos, están convencidos de que la guerra, y toda la maldad que conlleva, son lo mejor. Logran hacer que abandonen sus ideales y se opongan completamente a todo el amor que Cristo enseñó.

Conclusión
       No es mi intensión deprimirte y hacerte sentir que eres una mala persona, que eres peor de lo que pensabas y que te irás al infierno. Claro que no. Mi intensión con este artículo es hacerte reflexionar de que la maldad no está tan lejos como creemos; de que es más fácil hacernos caer de lo que parece, y que no basta saber que todos somos pecadores.
       Es mi intensión que realmente hagamos conciencia de la fuerte necesidad que tenemos de Jesús, de su amor, de su paz. Él es el único con el poder de destruir la maldad, y el único camino a la vida eterna. No te hagas fanático religioso, eso te llevará a odiar a las otras religiones. Mejor sé un fanático de Jesús y su amor, y eso te llevará a amar a tu enemigo.      



1Ya que no hay una definición bíblica de maldad, hemos tomado la de Philip Zimbardo, catedrático e investigador de este tema por décadas. Traducción hecha por editorial Paidos. 

Por Fernando Castro

Acostumbrarse a la libertad

Dice la biblia que Dios nos ha dado libertad (Gal. 5:1), y que Cristo dio su vida para regalárnosla. Sin embargo no es fácil aceptarla a buenas y primeras. He aquí una breve reflexión sobre los problemas que hemos tenido para acostumbrarnos a este regalo.

       Hoy en día existen muchas divisiones entre iglesias, y aunque no me interesa discutir sobre los detalles, ni mucho menos poner una sobre la otra, si quisiera hacer énfasis en que cualquiera que se dé un paseo por un par de iglesias notará tremendas diferencias entre ellas. Entre las más notorias está que en algunas iglesias, la gente grita “¡Amén!” muy seguido, en otras nunca lo gritan; en unas la gente danza mucho en la alabanza (hasta corren), en otras todos se quedan quietos aplaudiendo; en unas el pueblo es participativo e interactúa con el pastor durante el mensaje, en otras el pueblo permanece callado mientras el pastor habla.

        Ninguna de estas diferencias está siendo considerada correcta o incorrecta en este momento. El punto al que quiero llegar es ¿Por qué? ¿Por qué reaccionamos tan diferente ante la misma libertad? ¿No somos acaso todos igualmente libres? ¿Entonces por qué en algunas iglesias las personas se pueden percibir ligeramente más libres que en otras? ¿Acaso no se mueve el Espíritu Santo en unas de estas iglesias?

       Pensar en esta última pregunta es querer ver las cosas de la forma más simple posible. En realidad el problema (si es que de verdad es un problema) se origina en algo más psicológico.

       A principios del siglo pasado, un hombre llamado Alexander Neill fundó una escuela llamada “Summerhill”, en la cual los niños no eran obligados a absolutamente nada. Cada niño asistía a clase sólo si quería, podía comer lo que, cuando, donde y cuanto quisiera; podía jugar a lo que quisiera; podía, incluso, hacer cosas como fumar, beber y masturbarse sin que nadie le dijera nada.

       Sobra decir que este hombre se metió en problemas muchas veces por su escuela tan extremista, sin embargo con el paso de los años él notó que a los niños les costaba mucho trabajo acostumbrarse a la libertad. Al principio los niños siempre tomaban caminos extremos, o asistían a clase aunque nadie les dijera porque se sentían moralmente obligados, o nunca ponían un pie en el salón de clase. Pero, con el pasar del tiempo, los niños se iban acostumbrando, generaban su propia moral y comenzaban a asistir con la frecuencia necesaria por iniciativa propia.

        ¿Qué tiene que ver todo esto con la iglesia? Bueno, yo personalmente, quiero admitir (y sé que no soy el único) que cuando escuché a alguien hablar en lenguas por primera vez, me asusté mucho, principalmente porque nadie me había explicado qué era eso, y pensé que podía estar teniendo un ataque o algo similar. La libertad que Dios nos da es tan amplia que a muchas personas las puede asustar. Hay cristianos que no se sienten agusto en una iglesia donde griten “¡Amén!” por cada cosa que diga el pastor.

         ¿Pero por qué esta antipatía a la comunión grupal? ¿Por qué a muchos cristianos les cuesta trabajo gritar un “Amén” o levantar sus manos? ¿Por qué tanto problema en brincar un poco en la alabanza? Si retrocedemos un poco en la vida del mexicano encontraremos dos instituciones nacionales tan importantes y arraigadas en nuestro país que simplemente nadie se ha escapado de ellas, y que (queramos o no) han aplastado por años el espíritu y la espontaneidad de las personas.

       La primera: la escuela, he sido alumno muchos años y ahora también soy docente, sé y me consta que la escuela es (y antes lo era aún más que ahora) un centro de represión. Desde niños se nos acostumbró a que debemos estar sentaditos y calladitos por largos ratos, sólo escuchando los largos discursos del profesor.

       En la escuela aprendimos (muchos a la mala) a callarnos y trabajar, a que lo que dice el profesor es verdad e indiscutible, a que no le debes faltar al respeto al que dirige (y hay muchísimas cosas que pueden ser consideradas como “falta de respeto”).

        La escuela también nos enseñó a memorizar, a no razonar lo que leemos ni lo que nos enseña el profesor, sólo apréndetelo y ya. El conocimiento no es ni racionalizado, ni mucho menos visto de una forma práctica y útil. Por esto es que tantos niños preguntan todos los días “¿Y yo para qué quiero aprender a sacar la hipotenusa?”.



       La segunda: La iglesia católica. Todos sabemos que está tan arraigada en México, que ser ateo es casi sinónimo de ser católico. Y honestamente no es esto una crítica contra ella, sólo se trata de hacer notar ciertas características que la iglesia católica impone (no ofrece).

       Sólo basta ir a una misa para darse cuenta que no puedes hablar durante el sermón del padre (de hecho se ve como una “falta de respeto”), ni mucho menos interactuar. Cuando hay cantos, la gente lejos de brincar y levantar manos, sólo recita lentamente lo mismo que dice el coro que dirige. Nunca he escuchado un “Amén” a mitad de una misa. Allí uno va para adaptarse y seguir un plan preestablecido (tanto que en ocasiones ya está hasta por escrito por una casa editorial que ni siquiera conoce la iglesia, mucho menos a sus congregantes y/o necesidades).

         Cuando tomamos en cuenta que la inmensa mayoría de los cristianos estudiaron (al menos la primaria) y que en México todos hemos pasado por una etapa francamente católica por tradición, no tiene nada de sorprendente que al llegar a una iglesia donde tienes nuevas libertades nunca antes pensadas, la persona se dé topes contra ella. No es fácil quitarse el velo del “no interrumpo, es falta de respeto” “no opino, el pastor es el que sabe, yo no” “no brinques, no es el lugar para eso, harás el ridículo”.

         Respecto a la alabanza, y específicamente el tema de danzar, levantar manos o gritar. También hemos sido educados para saber que hay lugares donde se pueden hacer ciertas cosas, y lugares donde no. Y los lugares para hacer el ridículo se llaman antros, bares, cantinas o casas particulares durante una fiesta, pero nunca la iglesia, allí se va a guardar respeto. Es difícil tomar esa libertad y aceptar que no tiene nada de malo que alguien te vea moviéndote en alegría. Muchísimas de veces he oído a directores de alabanza decir frases como “Vamos, danza, Dios te ha dado esa libertad”, pero el hombre se ha encargado de enterrar esa libertad por años.

        Para ir concluyendo, vale dejar en claro una cosa: si Dios te dio libertad para gritar, brincar, danzar y levantar manos, también te la dio para no hacerlo; tú eres libre de alabar a Dios como a ti te plazca. El problema aquí es que la gran mayoría no se retiene porqué así le plazca, sino porque aún no ha experimentado la libertad de Dios.

       Entre los frutos del Espíritu (Gal. 5: 22-23), Pablo menciona el dominio propio, el cual no es experimentado por alguien que no puede liberarse en presencia de Dios. Alguien que no ha experimentado esa libertad es alguien que aún es dominado por muchas cosas, menos por sí mismo. Otro fruto es el gozo, el cual no se experimenta en cautiverio, sólo en libertad.

       La seriedad debe ser resultado de una libertad espiritual y personal, no impuesta. Te invito a que luches una batalla espiritual por tu libertad; que si tienes problemas con todo esto, la próxima vez que estés en la alabanza te muevas más, que grites “Amén” sin temor cuando realmente estés de acuerdo con lo que alguien dijo, que experimentes la libertad. Y que si regresas a la seriedad, sea por tu propia libertad. Porque lo sabemos bien, tras tantos años de opresión psicológica y espiritual, así como a los niños de Summerhill, a los cristianos también nos cuesta trabajo acostumbrarnos a la libertad.

Por Fernando Castro