En la
actualidad tenemos un problema, el hombre vive cada día más aislado en un mundo
con más de 6 mil millones de habitantes. Pero para explicar esto, primero
necesitamos regresar unos cuantos años en el tiempo.
Un poco de historia.
Si recordamos
el final de la 2da guerra mundial, ubicamos algo que se le llamó “El muro de
Berlín”, el cual dividió esta ciudad alemana en dos mitades, y más allá de
Berlín dividió el país entero entre el capitalismo y el comunismo. Estos dos
sistemas económicos y sociales son los que hasta la actualidad rigen a los
países del mundo.
No es mi
intención preferenciar a uno sobre otro en este artículo, sólo explicar
brevemente que mientras el Socialismo propone la repartición de los bienes
entre los individuos que conforman una sociedad; el Capitalismo propone la
propiedad privada, explicado por un niño, propiedad privada significa “esto es
mío, mío y sólo mío, y no te lo presto porque no me da la gana”.
¿A qué viene
esto al caso? Fácil, desde que finalizó la segunda guerra mundial, el
capitalismo ha sido el principal sistema económico en el mundo y se expande
cada día más. Creando a pasos agigantados una sociedad donde cada individuo
quiere cada día más para sí mismo.
Seguramente has
oído hablar del Neoliberalismo, mejor conocido por muchos como el “Capitalismo
salvaje”, ya que su intención principal es ganar todo lo que se pueda sin
importar el costo, ni por encima de qué o quién se necesite pasar. Es éste
Neoliberalismo el que rige a Estados Unidos y México hoy día y sus efectos son
fácilmente palpables en un país donde unos cuantos tienen todo el dinero,
mientras las grandes masas tienen las pequeñas (y muy pequeñas) sobras.
Tú también, no te
hagas.
El tema del
capitalismo lo mencionaba sólo como antecedente (el más moderno, mas no el
único) de cómo comenzamos los hombres a individualizarnos cada vez más, y a
pensar cada día más en uno mismo, y menos en los demás.
La palabra de
Dios dice ocho veces que ames a tu prójimo, y también incluye versículos donde
dice que no levantes falso testimonio contra él (Éxodo 20: 16), que no lo
molestes ni le robes (Levítico 19: 13), que no le mientas ni lo engañes
(Proverbios 3: 28) y que no abuses de su confianza (Proverbios 3: 29), entre
muchas otras cosas.
A pesar de eso,
y de que los pensadores seculares opinan que esta forma de pensar es natural
entre los seres humanos (si no me creen, están los derechos humanos como
prueba), todos los días son violadas estas reglas por gente que sólo sabe ver
lo suyo.
Esta forma de
actual ha hecho que las personas nos encerremos cada vez más por protección o
miedo a ser dañados. Las personas cada día tienen más miedo de tener una
relación amorosa; y cada día pasamos frente a indigentes a los que nos les
damos un solo centavo porque hemos visto muchos casos donde el indigente
malgasta ese dinero. Y el común denominador en esto es la desconfianza.
Sólo en casa… y no
hay fiesta.
Hoy día los
programas de televisión, las películas e incluso la música, nos dan la falsa
sensación de estar acompañados, cuando en realidad estamos solos en casa. Una
persona puede fácilmente pasar todo el día encerrado en casa viendo televisión
sin sentirse mal de ninguna manera; esa misma persona no soportaría pasar todo
el día encerrado sin música ni televisión de fondo.
La población ha
crecido tanto que ya no vivimos en ranchos o aldeas, sino en ciudades; y esas
escenas típicas donde uno salía a la calle e iba saludando a todos, se
convierten en un simple caminar solo, sin saludar, e incluso mirando
desconfiadamente a algunas personas que “no te dan buena vibra”.
Retomando el
ejemplo de la televisión; es muy triste (más de lo que parece) que haya
millones de casas donde habiendo varios habitantes en ella, cada uno esté en
una televisión distinta sin compartir palabras, miradas ni la habitación cuando
menos. En algunas ocasiones esta escena se da, incluso cuando ambas personas
ven el mismo programa.
¿Ya te estás
poniendo a pensar en qué tanto convives con la gente que te rodea? ¿Con tus
“seres queridos”? ¿Con tus amigos? ¿Qué tan firme es tu amistad con alguien a
quien no vez más que a través de una pantalla de computadora? ¿Qué tan íntima
es tu relación con una pareja con quien hablas sólo por celular?
Todos y ninguno a la
vez.
Esto último me
lleva a una cosa más, las famosas “redes sociales”. Hoy en día todos tenemos
una ¿No? Bueno, cierto es que no todos, pero cada día más gente se anexa a
estas corporativas telecomunicaciones virtuales; desde ancianos cada vez más
grandes de edad, hasta niños cada vez más chicos, poco a poco nuestra sociedad
occidental modernizada se acerca más al 100% de población con red social.
Algunos dicen
nunca usarla, otros sólo por trabajo, pero lo cierto es que estás ahí y la
utilizas ¿A caso estas cosas no nos están acercando por fin con los demás? ¿No
son la solución perfecta? ¿No nos acercan a otros aun cuando nuestro tiempo,
lugar u ocupaciones no nos lo permiten?
Pues la verdad
es que no, en lugar de lograr este utópico resultado, la realidad es que las
redes sociales son separan cada vez más de nuestros semejantes. Al igual que la
televisión, el gran número de “amigos” que puedes conseguir en una red social
te da la falsa sensación de estar rodeado de gente, de sentirte importante o
apreciado por otros, cuando en realidad, ni el 10% de ellos te ayudan en una
emergencia o te visitan en el hospital.
Lamentablemente
los “likes” y “retwiteos” ni significan amor, ni siquiera aprecio. En verdad
las redes sociales dan la plataforma perfecta para la individualización, es
decir, creer que convives con todo mundo cuando en realidad te aíslas a ti
mismo en un celular; te encadenas a un aparato y dejas de ver a los que sí se
encuentran a tu alrededor, al hermanos que se sienta junto a ti, o al niño que
te admira queriendo ser como tú.
En fin, qué le
haremos.
Como siempre,
la única solución para romper con esta cadena de individualismo es regresar a
Dios y su amor. Aquel que tiene a Dios es capaz de amar, y aquel que no lo
tiene no puede amar a su prójimo (1 Juan 4: 20-21).
Tampoco es de
sorprender esta situación actual, dice Dios que es normal que en los días
finales el amor de las masas se enfríe (Mateo 24: 12), y es por eso que sólo
los hijos de Dios podemos hacer la diferencia.
Te invito a
soltar esta revista y voltear a ver al que tienes a un lado, al que te
necesita, a tu hermano, a tu prójimo. Si no quieres, no hay necesidad de
ponerse cursi y darle un abrazo (aunque si es recomendable), pero háblale,
conversa con el que sí está contigo y no con los del celular. Míralo a los
ojos, demuéstrale que te importa. Haz la diferencia.
Por Fernando Castro.