“Esta vida no tiene
sentido”, “Mis problemas no tienen solución”, “A nadie le importo”, “No soy
feliz”, “¿Por qué me tuvo que pasar esto?, pronto dejaré de ser una carga para
los demás”. Son palabras que podemos escuchar con regularidad tanto en personas
allegadas a nosotros como a través de los medios de comunicación. Las personas
que suelen decirlas están cegadas por sentimientos de inferioridad que los
limitan a ver los detalles y bendiciones que Dios tiene preparadas cada día; y no
sólo eso, sino que también son pensamientos que están estorbando el plan y
propósito en la vida de cada persona.
Ante tal problemática, Dios no se podía
quedar con los brazos cruzados y dejar que el enemigo robara, matara y
destruyera a los suyos, por lo que Jesús vino a luchar por nosotros y darnos la
victoria ante cada situación de la vida. Es así, como también, a nosotros como hijos suyos, nos ha de
definir la manifestación del fruto del Espíritu Santo que mora en nosotros,
esto es: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza” (Gálatas 5:22-23). Tales frutos nos caracterizan y diferencian del mundo,
y no sólo eso, sino que nos hacen vivir en plenitud el plan de Dios. Veamos lo
que sucedió con Rocío, joven cristiana de 20 años y María, compañera de
universidad.
Rocío se caracterizaba por ser una
persona alegre, positiva, amable, atenta y responsable. Todas las mañanas
llegaba puntual a clases y daba los buenos días a sus compañeras de grupo.
María pasaba por momentos de confusión y dificultad en su vida; a pesar de que
podía tener todo lo que quería: familia, una hermana cariñosa, amigos incondicionales,
novio amoroso, estudios universitarios y un futuro prometedor, ella se sentía vacía,
sin ganas de seguir luchando y vivir, pues no le encontraba razones a la vida.
Un día decidió sentarse por la tarde y hacer una carta para cada uno de sus
seres queridos, incluyendo a su familia cercana, novio, amistades, compañeros de
grupo y hasta maestros. En esa carta les externaba su admiración y cariño, así
como el deseo de quitarse la vida y los dejaba libres de culpabilidades, ya que, según ella, era una decisión propia
que no los incluía.
El día siguiente era el definitivo. Ya
había planeado la hora y manera en que habría de morir, sería por la tarde,
después de ir a la universidad, y tomándose un frasco de pastillas;
aprovechando que en su casa no habría gente.
Pero algo sucedió en su “última” mañana
de vida, llegó al salón de clases como de costumbre y una personita sonriente y
amable la saludó como nunca antes (o como ella nunca había notado), este saludo
era especial, extremadamente sincero y de corazón, interesada por aquella persona
que estaba llegando y tratando de hacer más ameno su día, y sin duda lo fue,
pues las palabras: “Hola María, que bueno que estás aquí, ¿cómo estás?”,
acompañadas de una sonrisa total, estuvieron retumbando en la cabeza de María
todo ese día, “¿Cómo puede ser que Rocío siempre esté feliz?, ¿Por qué me
saludó así?, ¿A caso ella no tiene problemas?, Es siempre tan atenta, seguro
hay algo más en su vida que la hace ser así, me gustaría tener lo que ella tiene.
Ser feliz, ¿Será posible?”.
Al llegar a su casa, todo estaba listo
para su hazaña, pero Dios tenía un plan para su vida y ése no era su final. Una
vez más la imagen y palabras de su compañera Rocío vinieron a retumbar en su
mente y corazón; inundada por un profundo llanto a causa de lo que estaba a
punto de realizar, arrepentida, se inclinó ante Dios y le pidió que le diera
ganas de vivir y le permitiera reconocer su propósito en la vida. La paz de Dios
que sobrepasa todo entendimiento la abrazó y los pensamientos de autodestrucción
cesaron.
Días después, en una clase hubo terapia
de grupo donde se trató el tema de suicidio. Era un tema delicado sin duda, y
todos en el salón estaban expectantes por lo que pasaría. La maestra pidió que
cada persona dijera cuál era su motivo o por qué estaban vivos, unos
mencionaban a su familia, sus metas y su pareja. La compañera Rocío mencionó
que su motivo era Dios y cumplir el propósito que Él tenía para su vida.
Llegando el turno de María, un silencio total llenó el espacio, las lágrimas
empezaron a surgir y con voz sollozante empezó a hablar: “Hace unos meses yo
tenía planeado suicidarme. Tengo muchas cosas y personas a mi alrededor que me
quieren, pero sentía que nada me llenada, simplemente no le hallaba sentido a
mi vida. Tengo cartas de despedida para cada uno de ustedes, los quiero mucho.
Pero alguien de los que está aquí presente me inspiró a seguir adelante, con su
simple actitud me mostró que, a pesar de los problemas y dificultades, se puede
ser feliz, amable para con todos, siempre con una sonrisa y un deseo incesante
por disfrutar la vida…vale la pena vivir; esa persona es Rocío, tu vida es muy
bendecida y me has impactado, de todo corazón ¡Gracias!” Rocío no pudo más que llorar,
ir a abrazarla y darle las gracias a Dios por lo que había hecho. Una
manifestación más de su poder y de que Él no es ajeno a las diversas
situaciones de la vida. Rige cada movimiento y acomoda cada pieza en su lugar.
Como lo vimos en la historia, nuestra
vida es de impacto a las personas que se encuentran alrededor, Dios nos dice
que “seamos ejemplos de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe
y pureza” 1ra. (Timoteo 4:12). Reflejemos a Cristo en nuestro diario vivir. Una
sonrisa, un buenos días, un trato amable, son un reflejo del gozo del corazón.
Cada acto, por más simple o sencillo que nos parezca, está rompiendo moldes del
pensamiento del mundo, marcando una diferencia e invitando a otros a conocer a Jesucristo.
La obra es de Dios, déjate usar por Él y sé ese instrumento de honra para su obra
perfecta. ¡Bendiciones!.
Por Maribel Sánchez